Nubes rodando por el cielo.
Muchas de mis sesiones con clientes que luchan contra la ansiedad comienzan de forma similar: alguna variación de «Sólo quiero dejar de sentirme así» o «¿Cómo puedo hacer que mi ansiedad desaparezca?»
Durante los primeros años de mi carrera como terapeuta, me centré en consejos, técnicas y trucos para distraer, argumentar o invalidar la ansiedad. A veces funcionaban, aunque temporalmente. Pero no me di cuenta de que estaba enviando sutilmente el mensaje de que la ansiedad era un problema que había que arreglar en lugar de una emoción que había que aceptar.
Cuando asistí a un seminario de Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), un tratamiento basado en la evidencia, vi que mi relación con mi propia ansiedad (y con otros pensamientos y sentimientos, en realidad) cambiaba drásticamente.
He aprendido muchas anécdotas útiles, marcos de referencia y orientaciones teóricas de la TAC, pero lo que reina en mi práctica (y en la forma en que me trato a mí mismo) es la aceptación de la ansiedad y los pensamientos negativos como una parte normal de la condición humana.
Sí, lo he dicho: si te pones ansioso, lo estás haciendo bien.
El problema no es nuestra ansiedad en sí, sino nuestra relación con nuestra ansiedad. ¿La ignoramos por completo, sin dejarle otra opción que la de acumularse con el tiempo y volver a golpear? ¿Nos enfadamos y nos castigamos por sentirnos ansiosos, añadiendo el insulto a la herida? ¿Nos sumergimos completamente en nuestras emociones, dejando de lado toda la lógica y la razón?
¿O aceptamos y reconocemos nuestros sentimientos como experiencias transitorias e impermanentes que no tienen por qué perturbar nuestro día a día? Como dice Russ Harris en su libro de terapia ACT Made Simple:
«Incluso si tu experiencia en este momento es difícil, dolorosa o desagradable, puedes estar abierto a ella y sentir curiosidad por ella en lugar de huir de ella o luchar contra ella»
Pero puede ser difícil sentir curiosidad por una experiencia que históricamente ha sido muy dolorosa para nosotros. Ahí es donde entran en juego las metáforas.
Killick, Curry y Myles lo expresan perfectamente en su artículo de 2016 «The mighty metaphor: a collection of therapists’ favorite metaphors and analogies» (La poderosa metáfora: una colección de metáforas y analogías favoritas de los terapeutas), publicado en The Cognitive Behavior Therapist:
«Las metáforas ayudan a nuestras mentes… a encontrar nuevas comprensiones al vincular algo que es familiar con algo que es similar pero no idéntico. … Además, somos activos a la hora de hacer estas conexiones y cuanto más significado encontremos en esas conexiones, más probable será que seamos influenciados por ellas»
El artículo continúa describiendo las metáforas como «herramientas esenciales en el proceso terapéutico; proporcionando al terapeuta un medio para comunicar a los clientes conceptos y teorías psicológicas potencialmente complejas»
Las metáforas son una forma poderosa de alejarnos ligeramente de nuestros sentimientos y pensamientos. En lugar de permanecer inmersos en nuestras emociones, somos capaces de observarlas.