Su golpe más importante lo dio en 1919, al darse cuenta de que en los cupones que los inmigrantes italianos enviaban por carta a sus familias, extremadamente pobres a causa de la guerra, para que los cambiaran por dinero y pudieran responder a las cartas, había un negocio fabuloso. Consultó a amigos y conocidos y montó la empresa Securities Exchange Company. Comenzó a repartir cupones prometiendo unas ganancias del 50% en 45 días o del 100% pasados los tres meses.
En poco tiempo se convirtió en un personaje acaudalado, y tanto políticos como medios de comunicación lo presentaban como un empresario ejemplar. Todo funcionó muy bien durante los primeros meses: el dinero llegaba por montones y los intereses se pagaban religiosamente. Las viudas hipotecaban sus casas y la gente recogía sus ahorros para invertirlos en el negocio de Ponzi. Surgió algún problemilla legal, pero se resolvió abonando generosas cantidades de dinero.
La crisis de confianza se inició cuando el analista financiero Clarence Barron, por encargo del Boston Post, publicó un informe en el que se declaraba que, pese a los extraordinarios intereses que se pagaban, Carlo Ponzi no reinvertía ni un céntimo de sus enormes beneficios en la empresa. Se calculó que para cubrir las obligaciones contraídas se necesitaban 160 millones de cupones en circulación, cuando en realidad tan solo había 27.000. A partir de aquí, los acontecimientos se precipitaron: una multitud de inversores furiosos se presentaron ante las oficinas y tras demandarle fue ingresado de nuevo en prisión. El 1 de noviembre de 1920, Carlo Ponzi fue declarado culpable de fraude y se le condenó a cinco años de prisión. Salió tres años más tarde y le condenaron a nueve más.