Chibcha, también llamados muiscas, indios sudamericanos que en la época de la conquista española ocupaban los valles altos que rodean las modernas ciudades de Bogotá y Tunja en Colombia. Con una población de más de 500.000 habitantes, destacaban por estar más centralizados políticamente que cualquier otro pueblo sudamericano fuera del imperio inca. Numerosos distritos pequeños, cada uno con su propio jefe, se habían consolidado mediante la conquista y la alianza en dos estados principales y varios menores, cada uno dirigido por un gobernante hereditario. Aunque estos estados no eran muy estables, parece claro que la llegada de los españoles cortó el desarrollo de unidades políticas aún mayores. Su estructura política fue aplastada en el siglo XVI. En el siglo XVIII su lengua dejó de hablarse y los chibchas se asimilaron al resto de la población.
La sociedad chibcha se basaba en una economía que presentaba una agricultura intensiva, una variedad de artesanías y un comercio considerable. Los mercados semanales en las aldeas más grandes facilitaban el intercambio de productos agrícolas, cerámica y telas de algodón; y el comercio con los pueblos vecinos proporcionaba el oro que se utilizaba ampliamente para adornos y ofrendas. El uso del oro era una prerrogativa de la clase alta, a la que también se llevaba en literas y se mostraba una gran deferencia. Como la descendencia era matrilineal, los jefes y líderes religiosos eran sucedidos por los hijos de sus hermanas, aunque la tierra se heredaba de forma patrilineal. Los herederos de los cargos importantes se sometían a largos periodos (de 6 a 12 años) de ayuno y reclusión como preparación para sus futuras funciones.
La religión estaba dominada por un sacerdocio hereditario pero no organizado que mantenía numerosos templos y santuarios y celebraba elaboradas pero poco frecuentes ceremonias públicas. Las ofrendas, especialmente de oro y tela, eran una parte importante de todas las celebraciones religiosas, y en ocasiones especiales se hacían sacrificios humanos al Sol.