No te preocupes, enfádate

Los budistas suelen avergonzarse por expresar su ira. Pero entrar en contacto con nuestra ira es vital.

Si nos proponemos enfrentarnos a las estructuras sociales destructivas, como debemos hacer, nuestros esfuerzos nos llevarán a una relación directa con la ira y la indignación. En el peor de los casos, la ira nos quema, hiere a otros o, cuando la reprimimos, nos hunde en la depresión. En el ámbito espiritual, también puede convertirse en una agresión pasiva, que o bien se interioriza como la crítica interior hiperenergizada o se proyecta hacia aquellos que «no siguen las reglas».

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Las mujeres, en particular, que han sido socializadas durante milenios para ser complacientes, agradables, bonitas y permisivas, se avergüenzan cuando expresan su ira. En lugar de moldearse en forma de pretzels al servicio de un poder distorsionado e inmaduro -que las deja silenciadas, manipuladoras, frustradas, dañadas y perjudiciales-, las mujeres pueden reconocer la indignación en su raíz: la energía activada que experimentan en sus cuerpos. Esta energía, cuando se destila en claridad y sabiduría, quema la escoria de los deseos y miedos egoístas. Corta la adicción sutil a los estados de calma trascendentes, una adicción demasiado común entre los practicantes del dharma.

En los ámbitos de la iconografía y la práctica budistas, vemos la fuerza dinámica de la feroz energía femenina representada en la escuela Vajrayana, particularmente en la imagen femenina de Vajrayogini. Conocida como la «Esencia de todos los Budas», se la representa en una postura danzante similar a la de Shiva. Empuña un cuchillo afilado que simboliza su capacidad para cortar la ignorancia y las ilusiones. Su cabello es indómito y su rostro irradia una expresión numinosa e iracunda. Es salvaje. Su cuerpo rojo arde con el calor del fuego yóguico y está rodeado por las llamas de la sabiduría.

Esta representación significa el don del protector femenino. Si vamos a emprender el bendito y agotador viaje del corazón luminoso, feroz y a la vez tierno que se necesita para nuestro tiempo, entonces la ira es una ventaja. Al contemplar la destrucción sin sentido del planeta, ¿cómo no sentirnos indignados? Aunque la ira es una emoción incómoda y difícil, tiene un propósito vital. Nos sacude de la estúpida trivialidad de los estilos de vida de los famosos y de los medios de comunicación. Deberíamos estar en pie de guerra, del mismo modo que lo estaríamos ante una invasión alienígena. En lugar de ello, nos perdemos en tonterías distraídas mientras una terrible destrucción se despliega a nuestro alrededor.

Es saludable sentirse enojado y enfurecido porque los bosques boreales de Canadá están siendo despojados para dar paso a la minería de arenas bituminosas, sentirse enojado porque las compañías de combustibles fósiles están decididas a extraer las últimas gotas de petróleo, gas y carbón, sin importar el costo ambiental y humano. Nuestra rabia nos dice que no se puede confiar en ellos en absoluto. No se preocupan por nuestro bienestar colectivo. En lugar de ello, canalizan miles de millones de dólares en campañas y anuncios que desinforman al público sobre el estado real del planeta.

Es importante sentir disgusto, remordimiento y rabia por lo que los humanos han hecho. Significa que tenemos conciencia. En la comprensión budista, la fuerza de la conciencia es la guardiana del mundo.

Es importante permitirnos sentir indignación en lugar de sanear esta emoción cruda con un discurso espiritual o avergonzarla como algo innoble. Sin embargo, si albergamos o actuamos por ira, ésta casi siempre nos envenena, disminuyendo nuestra credibilidad y perjudicando a los demás. El difunto maestro budista tailandés Ajahn Chah recomendaba «atrapar las emociones en la red de la atención plena, y luego examinarlas antes de reaccionar». La ira es una advertencia de que algo nos invade y abruma. Si no hacemos caso, el desorden y la destrucción vendrán después.

Sin embargo, aferrarse a la ira no es sostenible. Hay una delgada línea entre sentir ira y estar cegado por su energía. La ira puede surgir a veces cuando activamos un patrón temprano. Este tipo de enfado requiere una atención cuidadosa.

La ira como respuesta saludable a la injusticia tiene una cualidad diferente. Es clarificadora. En las enseñanzas budistas, especialmente en el budismo Vajrayana, las llamadas emociones negativas enmascaran la energía esencial pura. Una vez que se transmuta la emoción más burda, se destila la energía más fina.

Tradicionalmente se piensa que la ira está cerca de la sabiduría. Cuando no se proyecta hacia el exterior, hacia los demás, o hacia el interior, hacia uno mismo, nos da la energía y la claridad necesarias para comprender lo que hay que hacer.

Si condenamos o reprimimos prematuramente la ira porque pensamos que es indigno sentirla, no conseguiremos transformarla. La plenitud de su energía encarnada seguirá sin estar disponible para nosotros. No seremos capaces de proteger lo que necesita ser protegido; dejaremos que se nos escape lo más preciado.

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