El cerebro tiene una geografía que importa. La corteza cerebral (la capa exterior gris del cerebro) se pliega en nuestros cráneos de tal manera que reduce la longitud del cableado de nuestras neuronas y mejora la función cognitiva. No hace falta decir que este plegado es increíblemente complejo. Para examinar y dar sentido a esta estructura, los neurocientíficos recurren cada vez más a los mapas para representar su complejidad. Al igual que los pueblos, las ciudades, los países y los continentes representados en un mapa geográfico típico, las áreas del cerebro se están definiendo, etiquetando y comprendiendo espacialmente a través de un proceso de mapeo.
Mapear el cerebro es clave para comprender su funcionamiento. La población está envejeciendo y uno de cada tres ancianos morirá con Alzheimer u otra demencia. El mapeo de áreas cerebrales podría ayudar a la identificación temprana de estos trastornos generacionales. Una mayor capacidad para trazar la pérdida de volumen cerebral con el avance de la edad podría ayudar en el diagnóstico rutinario de individuos con posibles problemas cognitivos, indicando si su cerebro está dentro de los límites normales para su edad y estableciendo un «Índice de Masa Corporal (IMC) del cerebro».
Con el tiempo, incluso podría haber esfuerzos para entrenar y medicar a los individuos señalados, estimulando áreas cerebrales específicas que parecen desviarse de las curvas normales. En este sentido, la cartografía del cerebro adquiere un papel importante en el seguimiento de la estructura cerebral y la identificación de la salud degenerativa.
La aparición de esta «neurocartografía» ha sido acogida como una forma novedosa de examinar y comprender la complejidad del cerebro. Pero ha recibido muy poca atención crítica por parte de los estudiosos interesados en deconstruir el poder de los mapas, un campo establecido desde hace tiempo en la geografía. Y hay algunas razones por las que deberíamos seguir siendo críticos con el modo en que cartografiamos el cerebro.
Los mapas no son neutrales
Los mapas no son representaciones neutrales del mundo: son construcciones sociales y políticas. Las fronteras de los países representadas en los mapas, por ejemplo, producen y mantienen la autoridad del Estado sobre su territorio. Esto tiene un poderoso efecto en la imaginación geográfica de los ciudadanos que utilizan los mapas.
La forma en que se aplana la geografía tridimensional del mundo en un mapa bidimensional también es a menudo política: la proyección Mercator, el mapa del globo más utilizado, infla el tamaño de los países del norte global, por ejemplo, dando una visión sesgada de la realidad. No existe un mapa mundial perfecto.
Los mapas son herramientas útiles para simplificar las complejidades en representaciones precisas y prácticas. Son herramientas para trazar y mantener los límites, para ganar argumentos y perseguir agendas, para contar historias, para representar verdades incompletas y para actuar como objetos estéticos. Como tales, todos los mapas tienen un poder social y político importante. Esto es particularmente importante cuando los mapas se utilizan como herramientas de autoridad científica.
Los mapas -ya sean geográficos o neurológicos- deben ser evaluados críticamente porque tienen un poder innato para producir cierto conocimiento. Como tal, en estos primeros días de la cartografía cerebral, debemos ser conscientes de cualquier suposición similar que pueda influir o empañar el desarrollo del campo. Debemos examinar cómo, por qué y dónde se producen y utilizan los mapas cerebrales.
Una talla no sirve para todos
Actuando como herramientas científicas de autoridad, los mapas cerebrales salen al mundo y producen perspectivas sobre el cerebro que se toman en serio. Pero el cerebro medio perfecto no existe, y por tanto tampoco el mapa cerebral perfecto. La variación del volumen, la forma y el grosor del cerebro entre individuos es inmensa. Los volúmenes cerebrales globales y regionales reflejan la influencia aditiva e interactiva a lo largo de la vida de múltiples factores genéticos, ambientales y experienciales.
El mapa cerebral común de talla única no refleja la diversidad de los cerebros, algo que es vital tener en cuenta cuando se utilizan dichos mapas para comprender los cerebros de grandes poblaciones. Por lo tanto, es crucial seguir siendo crítico con los mapas cerebrales, ya que, como muestra la historia de la cartografía, representar el conocimiento científico a través del mapa puede llevarnos a un lugar en el que la autoridad de los mapas no se cuestiona, dejando de lado otras posibles interpretaciones de los temas.
Por ejemplo, no existe un ejemplo perfecto de cerebro esquizofrénico. Cada paciente es único y la salud cerebral actual de cada esquizofrénico debe ser evaluada en conjunto con otros factores. El plan debe comenzar con una visita al médico y pruebas exhaustivas, que incluyan, entre otras cosas, los antecedentes familiares y de salud, exámenes de sangre, pruebas cognitivas y una resonancia magnética. Los mapas cerebrales autoritarios pueden servir para desvirtuar este enfoque más personalizado.
La propiedad ha cambiado en la era digital
Examinar los avances de la tecnología digital también es fundamental para entender las formas en que se mapea el cerebro. La cartografía cerebral se ha visto revolucionada por los avances tecnológicos de los últimos 30 años gracias a tecnologías como los escáneres de resonancia magnética (MRI). Ahora también es posible distribuir y publicar el contenido de los mapas cerebrales de forma mucho más libre, lo que permite una interactividad positiva entre los investigadores y un público más amplio. Proyectos como ENIGMA, el Proyecto Cerebro Humano y la Iniciativa BRAIN ofrecen ya una plataforma para la contribución y la colaboración más amplia en la elaboración de mapas cerebrales.
Al igual que el propio mapa, dicha tecnología lleva implícitos sesgos sociales y culturales que es necesario desentrañar para comprender adecuadamente cómo, por qué y dónde se elaboran y utilizan los mapas cerebrales.
La comunidad científica es tan rigurosa como siempre, pero la cartografía cerebral aún no ha cambiado la vida cotidiana. Google Earth y Google Maps han cambiado la forma en que interactuamos con nuestro entorno cotidiano de maneras que no parecían probables cuando se introdujo la tecnología. Especulemos un poco: ¿qué pasaría si pudieras navegar por tu propio cerebro de la misma manera que navegas por la ciudad en la que vives o visitas de vacaciones?
O, para llevar las cosas aún más lejos, ¿cuáles son los posibles beneficios y escollos de las tecnologías de RV para la cartografía cerebral; cómo podríamos visualizar y experimentar los mapas cerebrales en el futuro? Y ¿podríamos tener más propiedad y autoría del proceso de mapeo del cerebro como no profesionales?
Estas y otras preguntas deben ser interrogadas. El mapeo del cerebro está evolucionando, rápidamente, y es crucial que incorporemos un enfoque más crítico para entender sus procesos.