Una vez un hombre sabio no dijo nada.
Esta famosa cita es lo suficientemente misteriosa sin necesidad de más análisis. Se supone que un sabio tiene todas las respuestas y se cree que dice las cosas más profundas. Pero entonces, esta cita desafía claramente la hipótesis…
Apliqué esto en el contexto de una conversación de coaching, al papel de un entrenador y comenzaron a materializarse interesantes epifanías.
Uno de los mayores retos como coach que he experimentado es ser capaz de no decir nada y (lo que es más importante) permanecer cómodo con ese estado. Casi siempre existe la tentación de responder, estar de acuerdo/desacuerdo, desafiar, juzgar y el mayor vicio de todos, aconsejar o solucionar. La experiencia personal es que la necesidad compulsiva de hacer todo esto proviene de la creencia de que el silencio podría interpretarse como falta de conocimiento. Si no hablo, parecerá que ‘no sé lo que hago’.
Y ‘Cómo no va a saber un entrenador’ – ¡¡¡Blasfemo!!!
En estas situaciones lo que me funciona como recordatorio es permanecer consciente de que la conversación particular no es sobre mí (como entrenador), es sobre la persona sentada frente a mí. Escuchar simplemente, sin ningún tipo de agenda, es la forma suprema de escuchar. ¿Estoy ofreciendo eso a mi coachee? Cuanto más invisible sea, más espacio podré crear para él/ella permitiendo que sus propios viajes se desarrollen creando así experiencias más significativas.
A medida que avanzo en este camino, me doy cuenta de que no se trata realmente de mi «habilidad» como coach, sino de mi estado de «ser» – Las preguntas clave son: ¿Cómo mido mi éxito como coach? ¿Hasta qué punto me parece bien no ser capaz de controlar o conducir el proceso en la dirección que yo elija? Y en última instancia, ¿cómo evalúo la autoestima a lo largo del viaje con el cliente?
Un gran saludo a todos los coaches que se contentan con la nada. Al fin y al cabo, un sabio lo dijo una vez.