CCGS Louis S. St-Laurent y USGS Healy cooperando en una misión científica en el Ártico norteamericano. Foto: Contramaestre de 3ª clase Michael Anderson/Guardacostas de EE.UU.
Un viejo problema
La Oficina de Gestión de la Energía Oceánica de EE.UU. (BOEM) abrió una vieja herida a principios de este año cuando publicó una propuesta de nuevos arrendamientos de exploración frente a la costa de Alaska -incluyendo la posibilidad de abrir zonas actualmente disputadas entre Canadá y EE.UU. en el Mar de Beaufort.
La respuesta de los funcionarios de Yukón, el territorio del norte de Canadá que limita con Alaska, no tardó en condenar esta supuesta violación de la soberanía. El ministro de Justicia de Yukón, Brad Cather, tuiteó que «este plan es una violación de la soberanía ártica de Canadá & territorio que pertenece legítimamente al Yukón & Canadá». En una entrevista con Yukon News la semana siguiente, el primer ministro de Yukón, Darrell Pasloski, reiteró la misma postura: «Creemos que son aguas canadienses»
El origen de la disputa se remonta a la redacción del tratado anglo-ruso de 1825, escrito en francés, entre Rusia y Gran Bretaña. Estos derechos del tratado fueron heredados posteriormente por EE.UU. en 1867, y por Canadá en 1880, de Rusia y Gran Bretaña respectivamente. Canadá afirma que el tratado delimita la frontera en la línea meridiana del grado 141 tanto en tierra como en mar; mientras que EE.UU. sostiene que se trata simplemente de una frontera terrestre y que la delimitación normal de la frontera marítima se aplica más allá de la costa. Estas posturas diferentes sólo llegaron a un punto crítico en 1976, cuando EE.UU. se opuso a la línea fronteriza que Canadá utilizaba para otorgar concesiones de petróleo y gas en el mar de Beaufort.
Sin embargo, este caso tiene un curioso giro. Como señala Michael Byers, profesor canadiense de derecho marítimo, en su libro International Law and the Arctic (El derecho internacional y el Ártico), si se adopta el principio de equidistancia -la posición jurídica favorecida por Estados Unidos-, en realidad acaba beneficiando a Canadá después de las 200 millas náuticas. Lo contrario también es cierto, la posición canadiense -seguir la línea del meridiano 141 en tierra y adentrarse en el mar- acaba beneficiando a EE.UU. después de 200 millas náuticas.
Aunque la zona en disputa tiene un potencial de recursos, la realidad es que cualquier yacimiento, si se encuentra, es poco probable que se explote incluso a medio o largo plazo. Dados los retos tecnológicos, los altos costes, las estrictas regulaciones, la falta de infraestructuras y las implicaciones del reciente Acuerdo de París, la baraja está en contra de un mayor desarrollo en el Ártico norteamericano. Esto mitiga los costes políticos del compromiso para ambas partes y allana el camino para un acuerdo.
Una nueva oportunidad
Los intentos anteriores de resolver esta disputa han fracasado. En 2010, el entonces ministro de Asuntos Exteriores de Canadá, Lawrence Canon, invitó públicamente al gobierno de Estados Unidos a iniciar las conversaciones para resolver el conflicto. Se iniciaron negociaciones tranquilas en Ottawa con la bendición de la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton, con una reunión de seguimiento prevista en Washington el año siguiente. Sin embargo, estas conversaciones parecen haberse estancado después de que Canon fuera derrotado en las elecciones de 2011 y John Baird asumiera el cargo de ministro de Asuntos Exteriores.
Con la elección de un nuevo gobierno en Canadá, el primer ministro Trudeau debería invitar a Estados Unidos a reabrir las negociaciones formales sobre el límite del mar de Beaufort. El Primer Ministro, que ya se ha reunido con el Presidente Obama en un acto muy publicitado para discutir la cooperación en cuestiones medioambientales en el Ártico, debería aprovechar este impulso y su aparentemente buena relación.
De cara al futuro, es muy poco probable que el BOEM de EE.UU. emita licencias para la zona en disputa o que las empresas estén dispuestas a arriesgarse a invertir en medio de una disputa. Prueba de ello es que el Secretario de Estado, John Kerry, ha pedido que se consulte al Departamento de Estado antes de seguir adelante con cualquier venta debido a la naturaleza sensible del asunto. No obstante, la renovada atención a la disputa es una oportunidad que no debería desaprovecharse.
Después de la resolución de la disputa del Mar de Barents entre Noruega y Rusia en 2010, esta es una oportunidad para que el nuevo gobierno canadiense resuelva una de las pocas disputas fronterizas que quedan en el Ártico. Esto no sólo reforzaría la imagen de que el Ártico es una región de cooperación dominada por el respeto al derecho internacional, sino que sería una forma fácil para el recién estrenado Primer Ministro de Canadá de apuntarse una victoria al principio de su mandato, una pluma diplomática en su gorra si se quiere.